martes, 29 de diciembre de 2015

Todos tenemos una mochila a la espalda.
Un equipaje que siempre nos acompaña y que poco a poco se va llenando. Cada vez más cosas, más recuerdos, más vivencias van ocupando esa bolsa que al principio era pequeña y liviana.
Un peso que arrastrar, un peso en movimiento.

Hasta que un día tus piernas flaquean, tu espalda no soporta más peso y tus pasos van siendo cada vez más cortos.
Hasta que un día no eres capaz de ponerte en pie y sentada junto a tu mochila ves la vida pasar. Mirando de reojo ese lastre, ese ancla que bien pegada al suelo te mantiene.
Hasta que un día aceptas que ese es tu equipaje y que como tal, tendrá el peso que tu quieras darle.

Somos lo que somos por lo que vivimos, pero no dejes que las cosas que te pasan sean las que deciden tu rumbo, sino, que seas tú, con tus ganas la que marque la dirección de tus pasos y ante todo, anda; ya habrá tiempo de estar parada.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Si me dejas... Nos diremos lo importante sin hablar, desarrollando un lenguaje propio, diciendo tanto con tan solo mirar. Siendo capaces incluso de besar con la mirada.
Si me dejas... Aprenderemos que hay silencios que calan hasta los huesos, que estremecen, que hacen suspirar.
Si me dejas... viajaremos a lugares donde nunca nadie antes ha estado, donde el tiempo, la ropa y el mismo espacio estorban; donde el aquí y ahora pueden ser cualquier cosa. Trazaremos mapas a nuestro antojo, cartas náuticas, constelaciones... sin papel, ni lápiz.

Y es que... los límites los pondremos nosotros. El límite de los límites. Otro nuevo; más amplio, más lejos... Tan alto que no puedan vernos.
Mi burbuja, tu burbuja, nuestra burbuja.
Con tan solo una regla: prohibidos los miedos.


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lunes, 19 de octubre de 2015

Recuperando buenas costumbres ;)

Volar, volar muy lejos, muy alto.
Arriba, siempre hacía arriba. Sonriendo.
Sonriendo como una idiota, con la boca, la mirada; con todo el cuerpo.
Palabras que no se pronuncian, sino que se tocan, que se convierten en gestos, en manos que hablan.
Silencios que lo dicen todo y momentos que deberían de ser eternos.

Y mientras tanto un infinito que se levanta y con los brazos en alto intenta tocar el cielo; no esta hecha la tierra firme para las grandes cosas.

martes, 9 de junio de 2015

Una vuelta y media

Puede que algún día de repente te des cuenta de que tú y sólo tú eres responsable de tu vida, de donde te encuentras y de hasta donde has llegado.

No elegimos donde nacemos; vienes al mundo con unas cartas, la mano más importante de tu vida, pero... al fin y al cabo el único capaz de hacer una jugada maestra con esas cartas eres tú.

Puedes pasarte los días culpando al mundo, a los que te rodean, a los acontecimientos, pero dentro de ti sabes que una gran parte de la culpa de lo que te pase es tan sólo tuya.
Puedes pasarte la vida recordándote a ti mismo o más bien autoconvenciendote de que nunca has sido afortunado, que te miró un tuerto o que los astros se alinearon en tu contra el día de tu nacimiento. Nada más lejos de la realidad, y es que.. la suerte trae a la suerte.
Pero, no es la suerte tan sólo una forma de nombrar a aquello que nos sucede y con lo que estamos conformes¿? No tiene un tinte subjetivo¿? Es realmente cosa del azar¿?.
Prueba a cambiar la perspectiva y la forma de mirar, prueba a darle la vuelta o las que hagan falta a la realidad, prueba a cambiar tu actitud, al menos inténtalo; y es que... las cosas buenas suceden a los que están predispuestos a cogerlas al vuelo haciendo posible que ocurran.


domingo, 3 de mayo de 2015

Esa fea manía del gusto por la melancolía.
La tristeza siempre es más fácil; siempre tiene la puerta abierta, siempre nos espera con los brazos abiertos dispuesta a resguardarnos. La opción sencilla, encerrarnos, cerrar los ojos y mirar hacia dentro, dejarnos llevar por nuestro yo tristón, ese que te autoboicotea y te acompaña al lugar donde autoflagelarse esta bien visto. Dentro, cada vez más dentro, hasta que dejas de ver la luz y pierdes la referencia con el exterior; y ahora...

- "¿Por dónde salgo? ¿Dónde esta la salida? bueno, ya se me pasará".

Y pasar, acabo pasando, sólo que de espaldas al mundo es complicado ver algo más allá que sombras y reflejos.

Las cosas suceden con o sin nosotros, el mundo seguirá girando y los días se irán sucediendo.
Tenemos dos opciones, quedarnos al margen y que nuestro día a día no sea más que la sucesión de horas vacías o levantarnos, abrir bien los ojos y ponerle color a lo que nos rodea.
Si no te gusta el color que tienen las cosas, cambia el cristal a través del que miras. Puede que incluso acabes por aprender a compartir colores, y termines hasta sintiendo el mundo girar.

Esa fea manía de no querer ver más allá de lo que nosotros mismos nos dejamos.
Juez y verdugo, el más cruel de todos, ese que desde una posición privilegiada posa su mazo una y otra vez, silenciando todo lo demás a su alrededor, un golpe seco detrás de otro que no nos deja escuchar nada más; tanto, que acabamos por creernos todo aquello que dice, restándole credibilidad e importancia a todo lo que de él no provenga. Oídos sordos a toda flor que te regalen, recelo ante toda palabra amable.
Cuán diferente sería esto si fuésemos capaces de hacer que los demás se viesen a través de los ojos del que les habla. Cambiar la perspectiva, añadir otra más. Ser capaces de mostrar el diamante que esconden, ese por pulir, capaz de brillar, de iluminar la habitación más oscura.
Mientras tanto no podemos más que intentar que vean la luz que proyectan en nosotros hasta que terminen por localizar el origen.

Esa fea manía de quedarse con lo malo, con lo que hace daño.
El mundo puede ser una verdadera historia de terror, un circuito de obstáculos, un campo de batalla en el que nos toca estar en medio. Pero también puede ser un cuento, un buen escenario para pasear, el juego más divertido jamás inventado... ¿Vas a dejar que te lo cuenten?.

viernes, 24 de abril de 2015

PANGEA

Una tormenta en un lugar cualquiera, calles convertidas en ríos. Agua y más agua por todas partes, dejando tan solo destrucción a su paso, arrasando con todo. En una de esas calles en un rincón apartado, un poste.

¿Y si pudiésemos ser ese poste para alguien? Un salvavidas, algo a lo que asirse y tomar aire antes de seguir nadando.

¿Y si te dijera que para serlo solo es necesario querer hacerlo?
Para ello son necesarios unos simples requisitos: tender una mano y una sonrisa a la que se puedan agarrar, ceder con gusto parte de tu tiempo a alguien que no seas tu mismo y ante todo, saber escuchar.

Simplezas, nimiedades en un mundo habitado por hombresmaquina que no saben empatizar, ni se preocupan por nada más allá de su propio ser; si no me moja la lluvia, ¿Qué más da que los demás no tengan paraguas?
Programados para no demostrar abiertamente qué sentimos pasamos por la vida de puntillas, alejando todo aquello que pueda suponer un peligro para nuestra estabilidad. No nos involucramos en nada, ni con nadie; sobrevivimos a la defensiva, con el casco y el escudo de serie; esquivamos cualquier intento de aproximación... Y poco a poco pasamos a ser islas. Solitarios trocitos de tierra en este océano que es nuestro día a día.

Hay muchos tipos, más bien formas, de medicina; muchas formas de enfocarla, de llevarla a la práctica. De ti depende ser un poste o en cambio formar parte de ese conjunto de gotas de lluvia que producen inundaciones.
Puedes creerlo o seguir haciendo oídos sordos, pero los abrazos y el cariño curan, las convalecencias son más cortas si estamos dispuestos a curarnos, el dolor siempre es más ameno con un buen estado de animo y el estar alicaído no ayuda a absolutamente nada. ¿Querrás formar parte tanto del diagnóstico, como del tratamiento?

"Es la sensación de contacto, en cualquier ciudad por la que camines, ¿comprendes?, pasas muy cerca de la gente y ésta tropieza contigo. En los Angeles nadie te toca. Estamos siempre tras este metal y cristal y añoramos tanto ese contacto que chocamos contra otros sólo para poder sentir algo."

sábado, 4 de abril de 2015


Es triste que conmuevan cosas como las que voy a citar a continuación, cuando en realidad tendrían que ser la norma y no la excepción.

Chico conoce a chica, chicos se enamoran, chicos se casan, tienen tres estupendos hijos y se hacen mayores juntos y felices.

Pasan los años, y con ellos llegan malas noticias.
Ella una masa cerebral frontal acompañada de un demencia senil. No es capaz de reconocerlo a él.
El un cáncer metastásico en fase terminal, en tratamiento paliativo. Aún es capaz de valerse totalmente por si mismo. Lleva la casa y a ella, todo con una sonrisa. Su mayor miedo: morirse antes y dejarla sola. Se niega a llevarla a ningún centro y poder "estar más libre", pues:

"Ese ratito de estar los dos acostaditos juntos como siempre no lo cambio por nada".


Es triste que haya cosas que tan solo se vean en las películas, que brillen por su escasez, que no sean pan de cada día.
Es triste que se banalicen las relaciones humanas, que no seamos capaces de querer, que lo hagamos a medias, que no sepamos hacerlo bien, o simplemente no queramos.
Es triste que no sepamos apreciar a aquellas personas por las que vale la pena luchar, que nos escondamos en la cobardía y pongamos por bandera el miedo.
Es triste que no sepamos buscar, que no queramos encontrar.

"Cuando la situación mundial me deprime, pienso en un aeropuerto. Dicen que vivimos en un momento de odio y egoísmo, pero yo no lo veo así. Yo creo que el amor nos rodea, puede que no siempre sea algo digno de las noticias, pero siempre está. Entre padres e hijos, madres e hijos, hombres y mujeres, novios, novias, viejas amistades. Ninguna de las llamadas desde los aviones de las torres gemelas fue de odio o de venganza, fueron mensajes de amor. Si lo buscan, se darán cuenta, que el amor efectivamente nos rodea"

Y es que ... "love is all around"

Fdo: Una ilusa

miércoles, 1 de abril de 2015

El encantador de sueños

¿Dónde surgen los sueños que tenemos? ¿Existe alguien que vele por ellos y por nosotros mientras estamos en las garras de Morfeo?

Los sueños surgen de uno mismo, son ideas propias, la mayor parte del tiempo maquilladas por nuestro propio subconsciente encerrado que mediante los sueños intenta gritarnos algo.
Existe un pequeño universo paralelo al nuestro, que camina junto al que nosotros conocemos, en la misma dirección, en el mismo sentido, a una mínima distancia. Este pequeño universo esta habitado por unos graciosos duendecillos, los encantadores de sueños, diminutos seres de no más de diez centímetros de altura del color de los mismisimos sueños. Son personitas cambiantes, volátiles, risueñas e incluso oscuras; tan distintos los unos de los otros como un sueño lo es de otro. 

Su misión en este extraño universo no es otro que el de velar por nosotros cuando al cerrar los ojos empezamos a soñar, ellos son los encargados de evitar que nos perdamos, que suframos cualquier daño en las historias que se suceden en la noche, que acabemos autolesionándonos mentalmente, que nos olvidemos de la realidad. 
Para llevar esta tarea a cabo los encantadores de sueños cuentan con unas extravagantes fábricas, compuestas de múltiples módulos y despachos, coronadas por una gran cantidad de chimeneas que emiten polvo de estrellas. Podría decirse que estas criaturillas tienen algo de hada.
Colindantes a estas industrias, se encuentran los garajes del único transporte capaz de viajar de uno de los universos al otro, los saltadores, vehículos a propulsión con forma de insecto, pero con tan solo cuatro patas.

La rutina de este universo se centra en su única tarea, cuidarnos en la faceta onírica de nuestra vida. Para llevar a cabo tan arduo trabajo los encantadores de sueños trabajan turnándose en horarios de doce horas; nadie dijo que mantenernos a salvo de nosotros mismos fuera fácil.
Los días solían sucederse sin mucha complicación, quizás algún incidente o emergencia de vez en cuando en alguno de los módulos, pero sin nada de especial gravedad. Todo hasta hace poco, cuando los sueños han empezado a ser cada vez más peligrosos...

Aquí en nuestro universo, en nuestro planeta, los sueños han comenzado a ser peligrosos. Lo oscuro del día a día nos lleva a que esas tinieblas penetren en nosotros, en todo lo que somos; haciéndose dueñas de nuestra mente cuando dormimos.
Nos hemos olvidado de soñar, no sabemos como hacerlo; en las noches se suceden las pesadillas, los intentos de huidas hacía la solución fácil que proporciona el no despertar, la oscuridad, las vidas paralelas, el no saber encontrar en los sueños el oasis para a la mañana siguiente continuar. Preferimos la opción que requiera menos sacrificio, o me encierro en ese mundo ideal o ni siquiera lucho y dejo que las sombras se adueñen de todo.

"Situaciones extremas requieren medidas desesperadas"

Puede que desde hace muy poco oigas algo en la noche, el sonido de una misteriosa "avioneta".
Puede que en un intento de averiguar de que se trata hayas mirado al cielo intentando buscar la procedencia del ruido sin éxito ninguno.
Puede que al no descubrir que es lo que emite tal sonido, tu cabeza haya empezado a imaginar, a crear diversas teorías sobre que es lo que sobrevuela tu ciudad.
Puede que mientras tanto, con todo este proceso tu mente empiece otra vez a aprender como soñar.

"Situaciones extremas requieren medidas desesperadas"...

... Y como tal, ni tontos ni perezosos, los encantadores de sueños tomaron la iniciativa. Desde hace poco tiempo, y valorando la gravedad del asunto, surcan las noches con sus saltadores, vigilando lo más cerca posible el origen del conflicto, nosotros.
El ruido que escuchamos no es más que el sonido que produce el saltador al pasar saltando, como su propio nombre indica, de un universo a otro; de ahí que no se escuche en todas partes (el salto se produce en un lugar concreto), y que tan sólo dure un breve periodo de tiempo una vez entrada la noche.

Su misión: que aprendamos el valor de los sueños, que sepamos disipar las tinieblas de nuestro día a día, que en lugar de encerrarnos en nuestros sueños hagamos de nuestra vida, sueño, y ante todo que aprendamos a soñar.

"No sueñes tu vida, vive tus sueños" 


martes, 17 de marzo de 2015

Dudas existenciales

Dudas legítimas, permanentes, circulares, dudas que aparecen, que se esfuman, dudas sin respuesta..

¿Por qué esta mal visto ser bueno cuando debería de ser al contrario? ¿Qué te digan que eres una persona atenta entra en el mismo saco de "de bueno que es tonto"?
¿Por qué nos escondemos para llorar cuando tan natural es la tristeza como la felicidad?
¿Por qué nos cuesta tanto ser claros con nosotros mismos? ¿Por qué nos cuesta tanto luchar por lo que queremos? ¿Por qué nos encanta ponernos trabas?
¿Por qué es tan difícil decir las cosas claras? Con educación y respeto, todo puede decirse
¿Por qué somos adictos a las mentiras?
¿Por qué nos cuesta sangre, sudor y lágrimas reconocer los errores? De orgullo no se vive
¿Por qué no se enseña el aprender a valorarse a uno mismo, a quererse; y en cambio la enseñanza se basa en un método competitivo ausente de todo tipo de compañerismo y empatía?
¿Por qué maltratamos palabras como "te quiero", consiguiendo al final que no signifiquen nada?
¿Por qué banalizamos las relaciones hasta el punto de no valer nada?
¿Por qué jugamos con los sentimientos?
¿Por qué nos extrañamos cuando alguien hace algo bueno por alguien?
¿Por qué somos tan egoístas?
¿Por qué nos pasamos la vida quejándonos de todo pero sin hacer nada para remediarlo?
¿Por qué hemos convertido la envidia en el deporte nacional?
¿Por qué nos reímos de los valores y basamos nuestra existencia en tan solo nuestro propio bienestar?
¿Por qué centramos nuestra vida en lo que menos importancia tiene?
¿Por qué nos encanta estar encima de los demás; "demostrar" que somos más listos, más guapos, más todo?
¿Por qué nos empeñamos en aparentar y mostrar una realidad maquillada?
¿Por qué nos pasamos la vida sentados en nuestros cómodos sofás esperando que las cosas vengan del cielo?
¿Por qué creemos que nos merecemos todo y más, y por supuesto más que nadie?
¿Por qué centramos la ambición en destruir al contrario?
...

Anclada me quede en la fase de los "porqués", esa que aparece en torno a los 3-6 años y con más o menos secuelas todos superamos, o eso dicen...

La primavera

Un incesto, un secuestro y un pacto de dudoso gusto fueron los causantes de la primavera, y de las flores que acompañan esta estación.

De padres hermanos de sangre, Zeus y Deméter (Diosa de la fertilidad y el trigo) nació Persefone, conocida por su belleza y por tener loco a Hades (Dios de los infiernos y tío de la muchacha).
Fue un tranquilo día, mientras Persefone estaba en un prado recogiendo flores con dos ninfas, Atenea y Artemisa, que la tierra se abrió en dos engullendo a la joven. 
Persefone fue a parar al Tártaro, reino de Hades, convirtiéndose así en la diosa de los infiernos.

Tras la desaparición de su hija Deméter comenzó con dos antorchas, una a cada mano, una angustiada búsqueda sin resultado alguno. Debido a su tristeza las tierras dejaron de ser fértiles. 
Ante esta situación Zeus decidió mediar, ordenándole a Hades que devolviera a la muchacha; pero esto ya no era posible, ella había probado una granada mientras estuvo en el infierno, condenándose a estar encadenada a él. Sin embargo, llegaron a un acuerdo, Persefone pasaría parte del año con su esposo y la otra parte con su madre, que se comprometió a devolver a la tierra su fertilidad.

Así, y de esta manera el tiempo que Persefone está con su madre la alegría se contagia al campo que se vuelve verde y florecen las flores. Por el contrario, cuando la separan de su madre, el descontento de esta se muestra en la tristeza del otoño y el invierno.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Dorothy


Una gran ciudad, un gran y lujoso edificio. En la puerta, sentada en el bordillo de la entrada una niña de no más de 7 años juega distraída con un gato. Son las 5 de la mañana de una fría noche de invierno, cualquiera cuestionaría el lugar, la hora y la compañía de la pequeña; aún así, allí se encontraba totalmente sola. Sentada desde la tarde en el mismo sitio Candela, que así se llama la niña, ha podido ver como muy diversos transeúntes pasaban por su lado haciendo caso omiso a su existencia, algunos incluso no solo la rozaban, sino que llegaban a empujarla en las idas y venidas de sus ocupadas vidas.
El absurdo de la existencia humana, darle más importancia a aquello que no lo tiene, obviando todo lo demás...

Sentadita, donde la habíamos dejado unos minutos atrás tenemos a Candela, junto a ella distraído con los borlones de los calcetines de la niña está Bastián, un pequeño siamés tan perdido como ella.
Extraña y entrañable esta pareja que desde no se sabe cuando se hacen compañía.
Si preguntas nadie sabrá responderte con claridad de dónde vienen, ni dónde se encuentran la mayor parte del tiempo, tan solo podrán decirte como de vez en cuando y al compás de un cascabel una niña y un gato pasean por las calles de la ciudad.
Puede que si algún día te encuentras totalmente desorientado consigas encontrarlos, pues dicen que todos visitamos el mismo sitio cuando nos perdemos. Ve atento cuando esto suceda, ya que si les prestas atención durante un breve periodo de tiempo quizás ella te mire, te mire de verdad, como nunca nadie antes te ha mirado; puede incluso que ella te sonría si ve algo en ti, mostrándote entonces ese camino de baldosas amarillas que tanto ansiabas.

Para encontrar el camino, primero hay que perderse y aceptar que se esta perdido.

jueves, 5 de marzo de 2015

ROSA DE FUEGO
Por CARLOS RUIZ ZAFÓN

Y así, llegado el 23 de abril, los presos de la galería se volvieron a mirar a David Martín, que yacía en la sombra de su celda con los ojos cerrados, y le pidieron que les contase una historia con la que ahuyentar el tedio. “Os contaré una historia”, dijo él. “Una historia de libros, de dragones y de rosas, como manda la fecha, pero sobre todo una historia de sombras y ceniza, como mandan los tiempos...”
(de los fragmentos perdidos de ‘El Prisionero del Cielo’).

"1
Cuentan las crónicas que cuando el hacedor de laberintos llegó a Barcelona a bordo de un bajel procedente de Oriente ya portaba consigo el germen de la maldición que habría de teñir el cielo de la ciudad de fuego y sangre. Corría el año de gracia de 1454 y una plaga de fiebre había diezmado la población durante el invierno, dejando la ciudad velada por un manto de humo ocre que ascendía de las hogueras donde ardían cadáveres y mortajas de centenares de difuntos. La espiral de miasma podía verse a lo lejos, reptando entre torreones y palacios para alzarse en un augurio funerario que advertía a los viajeros que no se aproximasen a las murallas y pasaran de largo. El Santo Oficio había decretado que la ciudad fuera sellada y su investigación había determinado que la plaga se había originado en un pozo cercano al barrio judío del Call de Sanaüja, donde una diabólica conjura de usureros semitas había envenenado las aguas, tal y como días de interrogatorios a hierro demostraron más allá de cualquier duda. Expropiados sus cuantiosos bienes y arrojados a una fosa del pantano lo que quedaba de sus despojos, sólo cabía esperar que la oración de los ciudadanos de bien devolviera la bendición de Dios a Barcelona. Cada día que pasaba eran menos los fallecidos y más los que sentían que lo peor ya había quedado atrás. Quiso empero el destino que los primeros fueran los afortunados y los segundos pronto hubieran de envidiar a quienes habían dejado ya aquel valle de miserias. Para cuando alguna voz tenue se atrevió a sugerir que un gran castigo caería de los cielos para purgar la infamia perpetrada In Nomine Dei contra los comerciantes judíos, ya era tarde. Nada cayó del cielo excepto ceniza y polvo. El mal, por una vez, llegó por mar.

2
El buque fue avistado al alba. Unos pescadores que reparaban su redes frente ala Murallade Mar lo vieron emerger de la bruma arrastrado por la marea. Cuando la proa encalló en la orilla y el casco se escoró a babor, los pescadores se encaramaron a bordo. Un hedor intenso emanaba de las entrañas del barco. La bodega estaba inundada y una docena de sarcófagos flotaba entre los escombros. A Edmond de Luna, el hacedor de laberintos y único superviviente de la travesía, lo encontraron atado al timón y quemado por el sol. Al principio lo tomaron por muerto, pero al examinarlo pudieron observar que todavía le sangraban las muñecas bajo las ataduras y que sus labios exhalaban un frío aliento. Portaba un cuaderno de piel en el cinto, pero ninguno de los pescadores pudo hacerse con él, pues para entonces ya se había personado en el puerto un grupo de soldados cuyo capitán, siguiendo órdenes del Palacio Episcopal, que había sido alertado de la llegada del buque, ordenó que se trasladase al moribundo al cercano hospital de Santa Marta y apostó a sus hombres para que custodiaran los restos del naufragio hasta que los oficiales del Santo Oficio pudieran llegar para inspeccionar el barco y dilucidar cristianamente lo que había sucedido. El cuaderno de Edmond de Luna fue entregado al gran inquisidor Jorge de León, brillante y ambicioso paladín de la iglesia que confiaba en que sus empeños en pos de la purificación del mundo le granjeasen pronto la condición de beato, santo y luz viva de la fe. Tras somera inspección, Jorge de León dictaminó que el cuaderno había sido compuesto en una lengua ajena a la cristiandad y ordenó que sus hombres fueran a buscar a un impresor llamado Raimundo de Sempere que tenía un modesto taller junto al portal de Santa Ana y que, habiendo viajado en su juventud, conocía más lenguas de las que eran aconsejables para un cristiano de bien. Bajo amenaza de tormento, el impresor Sempere fue obligado a jurar que guardaría el secreto de cuanto le fuese revelado. Sólo entonces se le permitió inspeccionar el cuaderno en una sala custodiada por centinelas en lo alto de la biblioteca de la casa del arcediano, junto a la catedral. El inquisidor Jorge de León observaba con atención y codicia. “Creo que el texto está compuesto en persa, su santidad”, musitó un Sempere aterrorizado. “Todavía no soy santo”, matizó el inquisidor. “Pero todo se andará. Prosiga...” Y fue así como, durante toda la noche, el impresor de libros Sempere empezó a leer y a traducir para el gran inquisidor el diario secreto de Edmond de Luna, aventurero y portador de la maldición que habría de traer la bestia a Barcelona.

3
Treinta años atrás Edmond de Luna había partido de Barcelona rumbo a oriente en busca de prodigios y aventuras. Su travesía por el mar Mediterráneo lo había llevado a islas prohibidas que no aparecían en mapas de navegación, a compartir lecho con princesas y criaturas de naturaleza inconfesable, a conocer los secretos de civilizaciones enterradas por el tiempo y a iniciarse en la ciencia y el arte de la construcción de laberintos, don que habría de hacerlo célebre y merced al cual obtuvo empleo y fortuna al servicio de sultanes y emperadores. Con el paso de los años, la acumulación de placeres y riquezas apenas significaba nada ya para él. Había saciado su sed de codicia y ambición más allá de los sueños de cualquier mortal y, ya en la madurez y sabiendo que sus días caminaban hacia el ocaso, se dijo que nunca más volvería a prestar sus servicios a menos que fuese a cambio de la mayor de las recompensas, el conocimiento prohibido. Durante años declinó las invitaciones para construir los más prodigiosos e intrincados laberintos porque nada de lo que le ofrecían a cambio le era deseable. Creía ya que no había tesoro en el mundo que no se le hubiese ofrecido cuando llegó a sus oídos que el emperador de la ciudad de Constantinopla requería sus servicios, a cambio de los cuales estaba dispuesto a ofrecer un secreto milenario al que ningún mortal había tenido acceso durante siglos. Aburrido y tentado por una última oportunidad para reavivar la llama de su alma, Edmond de Luna visitó al emperador Constantino en su palacio. Constantino vivía bajo la certeza de que, tarde o temprano, el cerco de los sultanes otomanos acabaría con su imperio y borraría de la faz de la tierra el saber que la ciudad de Constantinopla había acumulado durante siglos. Por ese motivo deseaba que Edmond proyectase el mayor laberinto jamás creado, una biblioteca secreta, una ciudad de libros que habría de existir oculta bajo las catacumbas de la catedral de Hagia Sophia donde los libros prohibidos y los prodigios de siglos de pensamiento pudieran ser preservados para siempre. A cambio, el emperador Constantino no le ofrecía tesoro alguno. Simplemente un frasco, un pequeño botellín de cristal tallado que contenía un líquido escarlata que brillaba en la oscuridad. Constantino sonrió extrañamente al tenderle el frasco. “He esperado muchos años antes de poder encontrar al hombre merecedor de este don”, explicó el emperador. “En las manos equivocadas, éste podría ser un instrumento para el mal”. Edmond lo examinó fascinado e intrigado. “Es una gota de sangre del último dragón”, murmuró el emperador. “El secreto de la inmortalidad”.

4
Durante meses Edmond de Luna trabajó en los planos para el gran laberinto de los libros. Hacía y rehacía el proyecto sin quedar satisfecho. Había comprendido entonces que ya no le importaba el pago, pues su inmortalidad sería consecuencia de la creación de aquella prodigiosa biblioteca y no de una supuesta poción mágica de leyenda. El emperador, paciente pero preocupado, le recordaba que el asedio final de los otomanos estaba próximo y que no había tiempo que perder. Finalmente, cuando Edmond de Luna dio con la solución al gran rompecabezas, ya era tarde. Las tropas de Mehmed II el Conquistador habían cercado Constantinopla. El fin de la ciudad, y del imperio, era inminente. El emperador recibió los planos de Edmond maravillado, pero comprendió que nunca podría construir el laberinto bajo la ciudad que llevaba su nombre. Pidió entonces a Edmond que intentase eludir el cerco junto con tantos otros artistas y pensadores que habrían de partir rumbo a Italia. “Sé que encontrará el lugar idóneo para construir el laberinto, amigo mío”. En agradecimiento, el emperador le entregó el frasco con la sangre del último dragón, pero una sombra de inquietud nublaba su rostro al hacerlo. “Cuando le ofrecí este don, apelé a la codicia de la mente para tentarle, amigo mío. Quiero que acepte también este humilde amuleto, que tal vez algún día apelará a la sabiduría de su alma si el precio de la ambición es demasiado alto...”. El emperador se desprendió de una medalla que llevaba al cuello y se la tendió. El colgante no contenía oro ni joyas, apenas una pequeña piedra que parecía un simple grano de arena. “El hombre que me la entregó me dijo que era una lágrima de Cristo”. Edmond frunció el ceño. “Sé que no es usted hombre de fe, Edmond, pero la fe se encuentra cuando no se busca y llegará el día en que sea su corazón, no su mente, el que anhele la purificación del alma”. Edmond no quiso contrariar al emperador y se colocó la insignificante medalla al cuello. Sin más equipaje que el plano de su laberinto y el frasco escarlata, partió aquella misma noche. Constantinopla y el imperio caerían poco después tras un cruento asedio mientras Edmond surcaba el Mediterráneo en busca de la ciudad que había dejado en su juventud. Navegaba junto a unos mercenarios que le habían ofrecido pasaje tomándolo por un rico mercader a quien aligerar de su bolsa una vez en alta mar. Cuando descubrieron que no portaba riqueza alguna, quisieron echarlo por la borda, pero él les persuadió para que le permitiesen seguir a bordo contándoles algunas de sus aventuras a modo de Scherezade. El truco consistía en dejarles siempre con la miel en los labios, le había enseñado un sabio narrador en Damasco. “Te odiarán por ello, pero te desearán aún más”. A ratos libres empezó a escribir sus experiencias en un cuaderno. Para vedarlo de la mirada indiscreta de aquellos piratas, lo compuso en persa, una lengua prodigiosa que había aprendido durante sus años en la antigua Babilonia. A media travesía se toparon con un buque a la deriva sin pasaje ni tripulación. Portaba grandes ánforas de vino que llevaron a bordo y con las que los piratas se emborrachaban todas las noches mientras escuchaban las historias que contaba Edmond, a quien no le permitían probar gota alguna. A los pocos días la tripulación empezó a enfermar y pronto los mercenarios fueron muriendo uno tras otro víctimas del veneno que habían ingerido en el vino robado. Edmond, el único a salvo de aquel destino, los fue metiendo en los sarcófagos que los piratas llevaban en la bodega, fruto del botín de alguno de sus pillajes. Sólo cuando él era el único que quedaba con vida a bordo y temía morir perdido a la deriva en alta mar en la más terrible de las soledades osó abrir el frasco escarlata y olfatear el contenido durante un segundo. Bastó un instante para que vislumbrara el abismo que quería apoderarse de él. Sintió el vapor que reptaba desde el frasco sobre su piel y vio por un segundo sus manos cubrirse de escamas y sus uñas convertirse en garras más afiladas y mortíferas que el más temible de los aceros. Aferró entonces aquel humilde grano de arena que pendía de su cuello y suplicó a un Cristo en el que no creía su salvación. El negro abismo del alma se desvaneció y Edmond respiró de nuevo al ver que sus manos volvían a ser las de un mortal. Selló el frasco de nuevo y se maldijo por su ingenuidad. Supo entonces que el emperador no le había mentido, pero que aquello no era pago ni bendición alguna. Era la llave del infierno.

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Cuando Sempere acabó de traducir el cuaderno, la primera luz del alba asomaba entre las nubes. Poco después el inquisidor, sin mediar palabra, abandonó la sala y dos centinelas entraron a buscarlo para conducirlo a una celda de la que tuvo la certeza que jamás saldría con vida.
Mientras Sempere daba con sus huesos en la mazmorra, los hombres del gran inquisidor acudían a los restos del naufragio, donde, oculto en un cofre de metal, habían de encontrar el frasco escarlata. Jorge de León los esperaba en la catedral. No habían conseguido encontrar la medalla con la supuesta lágrima de Cristo que aludía el texto de Edmond, pero el inquisidor no tuvo reparo pues sentía que su alma no precisaba de purificación alguna. Con los ojos envenenados de codicia, el inquisidor tomó el frasco escarlata, lo alzó al altar para bendecirlo y, dando gracias a Dios y al infierno por aquel don, ingirió el contenido de un trago. Transcurrieron unos segundos sin que sucediese nada. Entonces, el inquisidor empezó a reír. Los soldados se miraron unos a otros desconcertados preguntándose si Jorge de León habría perdido el juicio. Para la mayoría de ellos, fue el último pensamiento de sus vidas. Vieron como el inquisidor caía de rodillas y una bocanada de viento helado barría la catedral, arrastrando los bancos de madera, derribando figuras y cirios encendidos. Luego escucharon como su piel y sus miembros se quebraban, como entre los aullidos de agonía la voz de Jorge de León se hundía en el rugido de la bestia que emergía de sus carnes, creciendo rápidamente en un amasijo ensangrentado de escamas, garras y alas. Una cola jalonada de aristas cortantes como hachas se extendía en la mayor de las serpientes y cuando la bestia se volvió y les mostró el rostro surcado de colmillos y los ojos encendidos de fuego, apenas tuvieron valor para echar a correr. Las llamas les sorprendieron inmóviles, arrancándoles la carne de los huesos como el vendaval arranca las hojas de un árbol. La bestia desplegó entonces sus alas, y el inquisidor, San Jorge y dragón al tiempo, alzó el vuelo atravesando el gran rosetón de la catedral en una tormenta de cristal y fuego para elevarse sobre los tejados de Barcelona.

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La bestia sembró el terror durante siete días y siete noches, derribando templos y palacios, incendiando cientos de edificios y despedazando con sus garras las figuras temblorosas que encontraba suplicando misericordia tras arrancar los techos sobre sus cabezas. El dragón carmesí crecía día tras día y devoraba cuanto encontraba a su paso. Los cuerpos desgarrados llovían del cielo y las llamas de su aliento fluían por las calles como un torrente de sangre. Al séptimo día, cuando todos en la ciudad creían que la bestia iba a arrasarla por completo y a aniquilar a todos sus habitantes, una figura solitaria salió a su encuentro. Edmond de Luna, apenas recuperado y cojeando, ascendió las escalinatas que conducían al techo de la catedral. Allí esperó a que el dragón le avistase y viniera a por él. De entre las nubes negras de humo y brasa emergió la bestia en vuelo rasante sobre los tejados de Barcelona. Había crecido tanto que rebasaba ya en tamaño al templo del que había emergido. Edmond de Luna pudo ver su reflejo en aquellos ojos, inmensos como estanques de sangre. La bestia abrió las fauces para engullirlo, volando ahora como una bala de cañón sobre la ciudad y arrancando terrados y torres a su paso. Edmond de Luna extrajo entonces aquel miserable grano de arena que pendía de su cuello y lo apretó en el puño. Recordó las palabras de Constantino y se dijo que la fe le había por fin encontrado y que su muerte era un precio muy pequeño para purificar el alma negra de la bestia, que no era sino la de todos los hombres. Alzó así el puño que asía la lágrima de Cristo, cerró los ojos y se ofreció. Las fauces lo engulleron a la velocidad del viento y el dragón se elevó en lo alto, escalando las nubes. Quienes recuerdan aquel día dicen que el cielo se abrió en dos y que un gran resplandor prendió el firmamento. La bestia quedó envuelta en las llamas que resbalaban entre sus colmillos y el batir de sus alas proyectó una gran rosa de fuego que cubrió totalmente la ciudad. Se hizo entonces el silencio y cuando volvieron a abrir los ojos, el cielo se había cubierto como en la noche más cerrada y una lenta lluvia de copos de ceniza brillante se precipitó desde lo más alto, cubriendo las calles, las ruinas quemadas y la ciudad de tumbas, templos y palacios con un manto blanco que se deshacía al tacto y que olía a fuego y maldición.

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Aquella noche Raimundo de Sempere consiguió escapar de su celda y regresar a casa para comprobar que su familia y su taller de impresión de libros habían sobrevivido a la catástrofe. Al amanecer, el impresor se acercó hastala Murallade Mar. Las ruinas del naufragio que había traído a Edmond de Luna de regreso a Barcelona se mecían en la marea. El mar había empezado a desguazar el casco y pudo penetrar en él como si se tratase de una casa a la que hubieran arrancado una pared. Recorriendo las entrañas del buque a la luz espectral del alba, el impresor encontró por fin lo que buscaba. El salitre había carcomido parte del trazo, pero los planos del gran laberinto de los libros seguía intacto tal y como Edmond de Luna lo había proyectado. Se sentó sobre la arena y lo desplegó. Su mente no podía abarcar la complejidad y la aritmética que sostenía aquella ilusión, pero se dijo que vendrían mentes más preclaras capaces de dilucidar sus secretos y que, hasta entonces, hasta que otros más sabios pudieran encontrar el modo de salvar el laberinto y recordar el precio de la bestia, guardaría el plano en el cofre familiar donde algún día, no albergaba duda ninguna, encontraría al hacedor de laberintos merecedor de tamaño desafío."

domingo, 1 de marzo de 2015

Diario de un náufrago. Buscando un motivo

Es aún de noche, vuelve a ser de noche, y me despierto empapado en sudor sobre mi cama de hojas en la parte más próxima a la orilla. Me gusta dormir con el ruido de las olas rompiendo contra la arena, me relaja.
Llevo aquí unos cuantos días, no sé decir cuántos exactamente, las noches largas y las horas de sol escasas hacen que todo me parezca un continuo; una interminable noche con momentos de lucidez.

Me he despertado sobresaltado, con la sensación de no haber estado durmiendo, sino corriendo la maratón, todos mis músculos están agarrotados y mis pies doloridos... quizás sí que he estado corriendo. La pregunta es... ¿hacia dónde? Estoy en una isla en mitad de la nada, es imposible correr hacia ningún sitio. ¿Nadar? Nada se ve en el horizonte como para adentrarse en el mar en busca de algo que no sé si estará, y por el momento no tengo una barca. Suficiente trabajo me costó edificar la choza donde me alojo. Quizás más adelante si no consigo averiguar el cómo llegue y el cuánto tendré que estar aquí me plantee el fabricarla, comienzo a aburrirme.
La soledad, el tener un refugio donde protegerse de todo y todos, incluyéndose a uno mismo no está mal, el único pero es que ya estoy harto del retiro espiritual obligado en el que me encuentro.

Tumbado, dándole vueltas a lo ya dicho espero a que el sol haga su aparición para repetir la rutina que me he auto impuesto; el pasar las horas sentado en la arena pensando en las musarañas no iba a llevarme a ningún sitio, así que me propuse dedicar las pocas horas de luz de las que dispongo a recolectar comida y hacer un poquito más habitable el trocito de isla que he tomado como propio.
Pasa el tiempo y la espera comienza a hacerse eterna, la luz parece no querer aparecer hoy; otro día sin sol, otro día de tempestad, de olas, de subida de la marea, otro día oscuro. Últimamente las tormentas están más próximas las unas de las otras.
Hoy no habrá recolección, hoy sólo queda esperar que amaine y todo se tranquilice.

Comienzo a aburrirme. La isla es cada vez más inhóspita y lo exótico de la situación ya no me distrae lo suficiente como para no sentirme encerrado. El peso de la soledad es cada vez mayor y comienzo a desesperar. ¿Y si no consigo escapar de aquí? Condenado a vagar por una isla en mitad de quiensabedonde, alimentándome de lo que encuentre, con la única compañía de mi mismo mis pensamientos acabarán por devorarme. Tengo que salir de aquí.

Tiene que haber alguna forma de escapar de esta isla.
Es cierto que todos necesitamos de vez en cuando tiempo para nosotros, un stop, una parada obligada, una huida más o menos justificada, un encierro voluntario. Pero creo que este aislamiento está pasando ya de castaño oscuro.
¿Tendré quizás algún tema por resolver y sea ese el motivo por el que estoy aquí? Quizás no se trate tanto de conocer el suelo sobre el que me encuentro, sino de conocerme yo. Conócete a ti mismo y podrás entonces abarcar el resto. A veces es necesario un alto en el camino, un desvió por el avituallamiento para coger fuerzas. ¿Será esta mi zona de descanso?


sábado, 28 de febrero de 2015

Definiendo conceptos

Hay días en los que me da por pensar. Sí, pienso y todo, menos de lo que debiera, pero de vez cuando consigo ordenar pensamientos para que estos puedan significar algo.

Somos animales sociales, programados para vivir en sociedad. Necesitamos a los demás, y esto aunque sea tan sólo por un impulso egoísta es algo indiscutible.
Aunque todos tengamos días en los que nos iríamos sin dudar a una isla desierta, lo más lejos y aislada posible de la civilización; no sabemos vivir solos. Miedo a la soledad, al olvido o simplemente el miedo al miedo nos hacen buscar compañía (obviemos de momento lo que a las necesidades biológicas se refiere); todo mientras mentalmente nos decimos en modo repetición el "mejor solo que mal acompañado" que desde chiquititos nos enseñaron.
Partiendo por tanto de la base de que por impronta genética, "pensamiento asustica" o por puro egoísmo vivimos y viviremos rodeados de semejantes intentemos al menos rodearnos de quien hará el camino más llano y no irá dejando piedras ante nuestros pies; evitando o mejor dicho esquivando a todo aquel dispuesto a llevarnos con él en su caída.
Aprendamos también a valorar el gusto de la soledad, una cita con uno mismo de vez en cuando no hace daño y puede que te ayude a entender ciertas cosas tanto de ti como de los demás.
Ya que para bien o para mal vamos a tener que convivir no estaría de más aceptar que al vivir rodeado (que no acompañado) y que el ser chismoso está a la orden del día aquello que hagas podrá ser comentado, no siempre por los motivos más deseados o con la mejor de las intenciones. No ofende quien quiere, sino quien puede.

Siguiendo con el hecho de que lo de cambiarnos de especie a estas alturas es poco factible y que para la próxima reencarnación falta al menos una vida habrá que lidiar con ciertos aspectos de la existencia humana, y de aquellos individuos que constituyen dicha especie, en la que con algo de vergüenza (a veces) me incluyo; quedémonos por tanto con lo bueno, porque lo hay. Quizás sea más difícil de ver que lo malo y cueste algo más de trabajo encontrarlo, pero todo lo que realmente merece la pena lo es.
El truco está en aprender a pasar de todo aquello que ni es necesario, ni aporta nada. A palabras necias, oídos sordos. Se puede ser sordo selectivo con tan sólo un poco de voluntad y una dosis de paciencia.

Siendo como somos animales dotados de pensamiento racional, de capacidad para darle forma a ese pensamiento y de comunicarnos, hagámoslo, y lo que es más importante, dejemos a los demás que lo hagan.
Tareas para casa: aprender a escuchar. Todos necesitamos que nos escuchen. Vivimos rodeados de ruido, un ruido que nos impide pararnos y simplemente prestar atención. Es sorprendente la cantidad de veces en las que lo único que necesitamos es a alguien dispuesto a dejarte hablar, dispuesto a atender a aquello que tengas que decir.

Una vez dicho todo esto, tan sólo queda un último punto: llevarlo a cabo.

jueves, 19 de febrero de 2015

El ser humano es una especia avocada al drama, amante del sufrimiento y los malos tragos. Nos pasamos la vida esperando que lo malo aparezca, extrañándonos cuando todo nos va “demasiado” bien, colocándonos en una postura de autocompasión absurda, sumidos en la tristeza por la tristeza.
Todavía no he visto a nadie que se extrañe cuando todo le va mal, ni que espere agazapado a la felicidad, nos gusta el drama, nos encanta regocijarnos en nuestra propia desgracia y hacer participes y cómplices a los demás.. Será que todos tenemos a un lastimero dentro que ansía ser el centro de atención aunque no sea por los motivos más recomendables…
Ganas de llamar la atención de los demás, de ser el centro de todo, de que estén pendientes de ti… Realmente hay a quién le gusta que sientan lastima por él, hacer un mundo de absolutamente todo, escoger el camino que saben con antelación que nada bueno les va a traer, las desgracias con preaviso..
Por qué no en lugar de esperar que lo malo llegue (que si tiene que llegar llegará de igual manera) disfrutamos de la felicidad y de lo que dure sin recelo, sin pensar que tiene trampa, que lo que viene será aun peor que lo que se fue, por qué no dejamos de pensar, para actuar y disfrutar.
Lo que tenga que venir, vendrá.
Dejémonos de hundirnos en la miseria y enamorarnos de la tristeza. De buscar la forma de autosabotearnos, de que lo malo llegue sí o sí.

Dejémonos de extrañarnos de que alguien sonría, y preguntémonos por qué no hacerlo nosotros.

viernes, 6 de febrero de 2015

Diario de un náufrago. La isla

Deben de ser entorno a las diez de la noche, o quizás sea más tarde, o más temprano o me equivoque del todo y no sean estrellas lo que veo, sino el reflejo de las luciérnagas en el cielo, sí... Deben de ser las diez.
No hace mucho que el sol se escondió tras la inmensidad del mar dando paso a la oscuridad y con ella al silencio y quietud de la noche, a la certeza de la soledad que me rodea, al darme cuenta por primera vez en todo el día de lo inhóspito de mi situación.
Me encuentro en una isla no muy grande, tampoco pequeña, una isla de tamaño estándar, el tamaño necesario para albergar a mis pensamientos y a mi sin asfixiarme. Quizás sea mayor que mi última visita, quizás haya crecido un poco, pasa el tiempo también por ella.
Se trata de una isla de fina arena blanca, tan fina que cuando hay vendaval duele, se clava como agujas y no hay lugar donde refugiarse; en cuanto a las aguas que la bañan son color agua marina, mansas la mayor parte del tiempo salvo cuando te dispones a explorar, en esas circunstancias se desata la tormenta.
El resto del decorado es cambiante, hay días que aparenta ser una bonita y poblada isla tropical, otros en cambio no es más que un desierto lleno de espejismos y falsas esperanzas. Tempestiva y caprichosa, casi tanto como la naturaleza humana.
¿Dónde se encuentra? cómo saberlo, ¿su nombre? desconocido hasta el momento, ¿qué hago aquí? aún sin respuesta ¿Cómo he llegado aquí? lo desconozco.

Me encuentro en la parte más cercana a la orilla de la extraña isla, sin atreverme a alejarme del agua; puede que si me muevo esta playa que conozco pase a ser algo totalmente distinto o simplemente desaparezca, y con ella todo sentimiento de familiaridad. No llevo mucho tiempo aquí, al menos no tanto como para llamar mío a este trocito de arena que me rodea, pero sí para sentirlo conocido. 
Al fin he conseguido cierta seguridad en esta tierra de incertidumbres, aún no he aprendido a leer las horas en el cielo y me encuentro perdido la mayor parte del día, sabiendo diferenciar tan sólo el día de la noche; como cuando tengo hambre, duermo cuando tengo sueño e invierto mi tiempo en perder las horas preguntándome para qué estoy aquí. 
Todo me resulta extrañamente familiar en esta isla, los sonidos, los olores, el viento, la propia arena... ¿He estado aquí antes? Algo me dice que sí, que esta no es la primera visita, ni será la última vez que pisaré esta tierra, que desde alguna parte hay algo que me empuja a varar en esta orilla, a encontrarme anclado a este sitio por algún motivo, sólo que aún no lo he descubierto.
Los días se suceden sin ningún cambio significativo, tan sólo tormentas de pensamientos pueblan la sucesión de las horas y algún pequeño descubrimiento. En los últimos días me he percatado del cambio de la marea y de la climatología según mi estado de ánimo, no sé si habrá sido fruto del azar, de las casualidades o si realmente existe relación entre el corazón de la isla y yo. 

¿Compartimos quizás emociones?, Puede que no se trate de una simple isla, sino de mi isla, esa a la que puedo llamar mía, mi refugio, mi cueva en mitad de la tormenta, mi País de nunca jamás. Todos tenemos o mejor dicho, somos una isla, rodeados de un indómito mar por todas partes, cambiante, incierto. Somos un trocito de tierra tan suave y agradable en ocasiones como áspera e hiriente en otras. Impredecibles e inalcanzables, rodeados de agua. 
Tan solo de nosotros depende el dejar que ese mar sea navegable y que esa playa sea un buen sitio para tomar el sol. ¿Serás capaz de dejar a quien merezca la pena llegar y disfrutar de esa orilla?.



lunes, 12 de enero de 2015

Digamos que oscuridad, la nada, ausencia de todo, de algo, y en medio tú.
Tú y tu mismo, uno frente al otro y entre ambos, preguntas, muchas preguntas. Preguntas que comienzan con un "¿Para qué..?", preguntas que no logras responder, un remolino y un nudo. Un nudo justo en el centro, como aquel de corbata, como ese corredizo que se aprieta, se aprieta y no hay forma de aflojar. ¿Unas tijeras, por favor?.
Siempre fui de círculos viciosos, de arenas movedizas, de ir a buscar la piedra, de esperar la tormenta junto al árbol más alto en medio del descampado...
Y todo esperando un resultado totalmente distinto al que cabría esperar.
[...]

La segunda a la derecha y todo recto hasta el amanecer. Déjame decirte que allí te espero, sí, justo allí, donde nace el sol cada mañana, desde donde empieza todo día.
A ti, quien quiera que seas; bienvenido. Viaja  ligero de equipaje, basta con lo imprescindible y muchas ganas de seguir, de desentonar, de no conformarte, de dar un grito en el vacío.

Cómo mandar un mensaje en una botella, una bengala, mensajes de humo... Esperando simplemente ser encontrados.