viernes, 6 de febrero de 2015

Diario de un náufrago. La isla

Deben de ser entorno a las diez de la noche, o quizás sea más tarde, o más temprano o me equivoque del todo y no sean estrellas lo que veo, sino el reflejo de las luciérnagas en el cielo, sí... Deben de ser las diez.
No hace mucho que el sol se escondió tras la inmensidad del mar dando paso a la oscuridad y con ella al silencio y quietud de la noche, a la certeza de la soledad que me rodea, al darme cuenta por primera vez en todo el día de lo inhóspito de mi situación.
Me encuentro en una isla no muy grande, tampoco pequeña, una isla de tamaño estándar, el tamaño necesario para albergar a mis pensamientos y a mi sin asfixiarme. Quizás sea mayor que mi última visita, quizás haya crecido un poco, pasa el tiempo también por ella.
Se trata de una isla de fina arena blanca, tan fina que cuando hay vendaval duele, se clava como agujas y no hay lugar donde refugiarse; en cuanto a las aguas que la bañan son color agua marina, mansas la mayor parte del tiempo salvo cuando te dispones a explorar, en esas circunstancias se desata la tormenta.
El resto del decorado es cambiante, hay días que aparenta ser una bonita y poblada isla tropical, otros en cambio no es más que un desierto lleno de espejismos y falsas esperanzas. Tempestiva y caprichosa, casi tanto como la naturaleza humana.
¿Dónde se encuentra? cómo saberlo, ¿su nombre? desconocido hasta el momento, ¿qué hago aquí? aún sin respuesta ¿Cómo he llegado aquí? lo desconozco.

Me encuentro en la parte más cercana a la orilla de la extraña isla, sin atreverme a alejarme del agua; puede que si me muevo esta playa que conozco pase a ser algo totalmente distinto o simplemente desaparezca, y con ella todo sentimiento de familiaridad. No llevo mucho tiempo aquí, al menos no tanto como para llamar mío a este trocito de arena que me rodea, pero sí para sentirlo conocido. 
Al fin he conseguido cierta seguridad en esta tierra de incertidumbres, aún no he aprendido a leer las horas en el cielo y me encuentro perdido la mayor parte del día, sabiendo diferenciar tan sólo el día de la noche; como cuando tengo hambre, duermo cuando tengo sueño e invierto mi tiempo en perder las horas preguntándome para qué estoy aquí. 
Todo me resulta extrañamente familiar en esta isla, los sonidos, los olores, el viento, la propia arena... ¿He estado aquí antes? Algo me dice que sí, que esta no es la primera visita, ni será la última vez que pisaré esta tierra, que desde alguna parte hay algo que me empuja a varar en esta orilla, a encontrarme anclado a este sitio por algún motivo, sólo que aún no lo he descubierto.
Los días se suceden sin ningún cambio significativo, tan sólo tormentas de pensamientos pueblan la sucesión de las horas y algún pequeño descubrimiento. En los últimos días me he percatado del cambio de la marea y de la climatología según mi estado de ánimo, no sé si habrá sido fruto del azar, de las casualidades o si realmente existe relación entre el corazón de la isla y yo. 

¿Compartimos quizás emociones?, Puede que no se trate de una simple isla, sino de mi isla, esa a la que puedo llamar mía, mi refugio, mi cueva en mitad de la tormenta, mi País de nunca jamás. Todos tenemos o mejor dicho, somos una isla, rodeados de un indómito mar por todas partes, cambiante, incierto. Somos un trocito de tierra tan suave y agradable en ocasiones como áspera e hiriente en otras. Impredecibles e inalcanzables, rodeados de agua. 
Tan solo de nosotros depende el dejar que ese mar sea navegable y que esa playa sea un buen sitio para tomar el sol. ¿Serás capaz de dejar a quien merezca la pena llegar y disfrutar de esa orilla?.



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