miércoles, 11 de marzo de 2015

Dorothy


Una gran ciudad, un gran y lujoso edificio. En la puerta, sentada en el bordillo de la entrada una niña de no más de 7 años juega distraída con un gato. Son las 5 de la mañana de una fría noche de invierno, cualquiera cuestionaría el lugar, la hora y la compañía de la pequeña; aún así, allí se encontraba totalmente sola. Sentada desde la tarde en el mismo sitio Candela, que así se llama la niña, ha podido ver como muy diversos transeúntes pasaban por su lado haciendo caso omiso a su existencia, algunos incluso no solo la rozaban, sino que llegaban a empujarla en las idas y venidas de sus ocupadas vidas.
El absurdo de la existencia humana, darle más importancia a aquello que no lo tiene, obviando todo lo demás...

Sentadita, donde la habíamos dejado unos minutos atrás tenemos a Candela, junto a ella distraído con los borlones de los calcetines de la niña está Bastián, un pequeño siamés tan perdido como ella.
Extraña y entrañable esta pareja que desde no se sabe cuando se hacen compañía.
Si preguntas nadie sabrá responderte con claridad de dónde vienen, ni dónde se encuentran la mayor parte del tiempo, tan solo podrán decirte como de vez en cuando y al compás de un cascabel una niña y un gato pasean por las calles de la ciudad.
Puede que si algún día te encuentras totalmente desorientado consigas encontrarlos, pues dicen que todos visitamos el mismo sitio cuando nos perdemos. Ve atento cuando esto suceda, ya que si les prestas atención durante un breve periodo de tiempo quizás ella te mire, te mire de verdad, como nunca nadie antes te ha mirado; puede incluso que ella te sonría si ve algo en ti, mostrándote entonces ese camino de baldosas amarillas que tanto ansiabas.

Para encontrar el camino, primero hay que perderse y aceptar que se esta perdido.

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